La soledad.

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La soledad.

  Hay momentos en la vida en donde has cometido tantos errores que, ya no sabes cuáles son tuyos, y cuáles no. Tienes tantas deudas contigo

Los valientes.
Soltar el vaso.
Estar ahí para alguien que quieres.

 

Hay momentos en la vida en donde has cometido tantos errores que, ya no sabes cuáles son tuyos, y cuáles no.

Tienes tantas deudas contigo que no sabes cómo pagártelas, he creado estándares tan altos en mi vida que, en ocasiones, me siento solo y sin encajar.

Hace poco decidí hacer un viaje para encontrarme con una buena amiga y al verla, lo primero que sentí, fue vértigo.

Ahí estaba. Esperándome, callada como de costumbre, sin intermediarios.

Le dije: Discúlpame, hace mucho que no te escuchaba. Hace mucho que no te visitaba, que no le bajaba el volumen al mundo que me rodea.

Tuve que caminar mucho para que el murmullo desapareciera y pudiera escucharte hablar claramente dentro de mis costillas.

Punzantes como el primer segundo de vida, siempre hablando en código morse: Tum tum, tum tum.

¡Ay mi soledad!

Silenciosa pero perfecta en cualquiera de sus notas.

Perder la soledad, es perder la oportunidad de disfrutarse. Nos enseñaron a acompañar, pero no a vivir en soledad, y en la soledad fue donde se me coló un sueño imposible por la puerta del quizás.

En la soledad, aprendí a cortarme el cordón umbilical. Descubrí que no siempre era necesario levantar el teléfono para sentir a alguien.

En la soledad pasan cosas que nos ponen a pensar, a orar, a meditar, es una actividad que no se puede hacer frente a los demás.

En la soledad se dice todo aquello que pocas veces se hace, donde nace el diálogo interno, donde dudas, donde cuestionas si construyes un pensamiento crítico.

En la soledad nace la revolución del pensamiento, su silencio es la bala, ella, el revolver.

En la soledad nacen esas bellas preguntas: ¿Qué soy?, ¿Qué quiero?, ¿Qué haré?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Dónde?; esas preguntas vitales de la existencia.

En la vida te enseñan a pedir disculpas y en la soledad aprendes a aceptarlas.

Parecería que la sociedad está construida para evitar a toda costa la soledad; de ese temor nacieron las expresiones: “Te vas a quedar solo”, “¿Por qué tan solo por aquí?”.

La soledad no siempre lleva a estados de nostalgia, la soledad puede convertirse en un lugar placentero, pero muchos viven en la soledad, porque el mundo sigue decepcionándolos.

Esperan más de otros que de ellos mismos, esos que se avergüenzan de decirle al mundo cómo se sienten, eso no es soledad, eso es desolación.

La soledad es un buen amigo que visitar, no un familiar con quien vivir.

La soledad no es invitarte a vivir solo, la soledad no debe ser crónica.

Te entiendo querida soledad, te han hecho muy mala fama, eres la encarnación de la soltería, te han asociado al fracaso, al riesgo, al sufrimiento, como si fueras la peste en los tiempos medievales.

Cuando estamos solos, nos pasan cosas increíbles. Dudamos de nosotros y ahí nace la expansión, el crecimiento y en lugar de defender nuestra postura nos enfrentamos a ella.

Nos permite reconocer lugares de nuestra mente y cuerpo que suelen ser ignorados, nos ayuda a replantear nuestros valores y convicciones.

La soledad es de esas clases en la vida donde pocos sacan buena calificación, en la soledad se busca la salvación.

La soledad no se quita, se vive.

Dejamos de esperar que alguien nos arranque el sentimiento de desolación, jamás estamos solos, porque ahí siempre está Dios.

Fuente: Mis Reflexiones.

Por: Daniel Habif.

https://www.misreflexiones.org/vida/la-soledad/